De misión en América! San Francisco Solano
SANTOS Y BEATOS DEL PERÚ
San Francisco Solano
Aquellos
primeros misioneros que vinieron a nuestras tierras americanas junto con los
conquistadores son de una grandeza casi sobrehumana. Entre ellos descuella la
figura imponente de San Francisco Solano, el de una vida apostólica
inconcebible que hoy vamos a presentar. ¿Cómo es posible realizar tanto trabajo
en sólo veinte años, desde las costas de Panamá hasta las inmensidades
peruanas, argentinas y uruguayas, para finalizar sus días de nuevo en el soñado
Perú?...
Nace
en Andalucía, ingresa en la Orden de San Francisco, y es un religioso y
sacerdote sabio y santo.
Pero
España es un campo muy estrecho para su celo apostólico, y a sus cuarenta años
solicita venirse para nuestra América, donde tantas almas están sedientas de
Dios.
Se
embarca, llega a Cartagena y Portobello, y se detiene en Panamá durante cuatro
meses, tan llenos de males y de dificultades, que mueren dos de sus compañeros.
La vida del misionero empieza con grandes peligros, pero él no se va a rendir.
Toma
una nave para el Perú, aunque el viaje se presenta difícil. Ante las costas de
Colombia se produce una tragedia. La nave se parte en dos naufragando él y el
resto de la tripulación en una playa.
Dos
meses largos permanecen los náufragos en la playa inhóspita, comiendo sólo
hierbas y los peces que llegan a sacar del mar como pueden. Francisco infunde
ánimos a todos.
Por
fin, aparece una nave providencial, que recoge a los náufragos y los deja en el
norte del Perú.
Francisco
sigue a pie su camino hasta la lejana Lima, de donde arrancará su prodigioso apostolado.
Luego
de suplicar a su superior que lo envíe a misiones más difíciles, Francisco
escala los Andes, sube a las alturas más encumbradas de Bolivia, desciende
después hasta la Argentina y llega al Tucumán, donde va a tener el centro de su
apostolado durante once años prodigiosos, apostolado que se extenderá hasta el
Estero y Paraguay.
Estudia
con ahínco las lenguas de los indígenas, a los que trata con un amor enternecedor. Y, cuando
una vez se ve ante varias tribus, sin conocer las lenguas de todos, confía en
el Espíritu Santo, que renueva con él aquella vez el prodigio de Pentecostés.
Dicen
que llegó a bautizar hasta nueve mil indios de forma progresiva una vez recibida la debida catequesis.
Todo fue fruto de aquella su dedicación en evangelizar la Palabra del Señor.
San
Francisco Solano misionó por más de 14 años por el Chaco Paraguayo, por
Uruguay, el Río de la Plata, Santa Fe y Córdoba de Argentina, siempre a
pie, convirtiendo innumerables indígenas y también muchísimos colonos
españoles. Su paso por cada ciudad o campo era un renacer del fervor religioso.
Un día en el pueblo llamado San Miguel, estaban en un toreo, y el toro feroz se
salió del corral y empezó a cornear sin compasión por las calles. Llamaron al
santo y éste se le enfrentó calmadamente al terrible animal. Y la gente vio con
admiración que el bravísimo toro se le acercaba a Fray Francisco y le lamía las
manos y se dejaba llevar por él otra vez al corral.
A
imitación de su patrono San Francisco de Asís, el padre solano sentía gran
cariño por los animalillos de Dios. Las aves lo rodeaban muy
frecuentemente, y luego a una voz suya, salían por los aires revoloteando,
cantando alegremente como si estuvieran alabando a Dios.
El
infatigable misionero, obediente a la voz de sus Superiores, regresa a Lima,
donde permanecerá haciendo prodigios de santidad y de conversiones
durante los seis últimos años de su vida. A pesar de su precario estado de
salud, continuaba haciendo grandes penitencias y pasaba noches enteras en
oración. También iba a menudo a visitar a los enfermos o salía a las calles
a predicar con una cruz en las manos. Así conseguía juntar a un gran número
de personas y las congregaba en la plaza mayor, donde se dirigía a la
muchedumbre en alta voz. Fue un hombre de profunda oración y de grandes
sufrimientos, que sobrellevó con fortaleza y alegría.
En
mayo de 1610 empezó a sentirse muy débil. Los médicos que lo atendían se
admiraban de su paciencia y santidad. El 14 de julio, una bandada de pajaritos
entró cantando a su habitación y el Padre Francisco exclamó: "Que Dios sea
glorificado", y expiró. Desde lejos las personas vieron una rara
iluminación en esa habitación durante toda la noche. Fue beatificado por el
Papa Clemente X en 1675 y canonizado por Benedicto XIII en 1726.
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